Se pierde mi vista en tu impetuosa belleza, en la paz que proyecta cuando te encuentras dormida. Quiero rodearte con mi brazo y entrelazar tus dedos con los míos y no puedo. Hay tanta quietud y solemnidad que me detiene con miedo de alterar tu pasivo descanso.
Retrato cada detalle con la mente siendo así la soberana caída de tu cabello que remansa en la almohada, las vetas que forma tu cuello en la piel mientras se posa y la línea que sigue hacia tu hombro y detalla tu brazo el cual yace sobre tu costado sirviendo de marco perfecto a tu dulce e inquietante cintura. La parte superior de tus glúteos cubiertos y custodiados por la sábana que guarda vigilante acabando con la fantasía mental de verte dormida.
¿Esa angustia me agita y me pregunto porque? Si quiero tocarte y no puedo. Si quiero admirarte y lo detengo. Despierto y caigo en la cuenta que esa limitación era un valle en tierra de Morfeo. Abro los ojos y tu espacio en nuestra cama permanece vacío inerte y deseoso de tenerte.
Así queda ese sueño trastornado que la prosa y la letra han transformado en una manera de decir cuánto ¡te extraño!
De: Arturo Reyes Alfaro.
enero 29th, 2013 at 4:39 pm
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